sábado, 8 de noviembre de 2014

Beata Isabel de la Trinidad (Cátez Rolland). Carmelita Descalza

La Beata Isabel de la Trinidad es una de las figuras del Carmelo cuya vida y espiritualidad han influido, y siguen haciéndolo, en todo el mundo. 

Isabel Cátez Rolland nació en Avor, en Francia, el 18 de julio de 1880. Sus padres se llamaban María Rolland. y José Cátez, militar. Dos años después de nacer Isabel la familia se trasladó a Dijon y en 1883 nace su segunda hija, la pequeña, Margarita (“Guita”). 

Cuando Isabel, que pronto se caracterizó por su testarudez y genio, tiene siete años mueren su abuelo paterno y su padre. Y su joven madre queda viuda con dos hijas pequeñas. Fue un duro golpe para las tres. 
Pronto han de mudarse a una casa que puedan mantener con la pensión de viudedad. Su nuevo hogar está tan cerca de un convento de carmelitas que Isabel puede ver la huerta de las hermanas desde su ventana. 

Las dos niñas reciben instrucción en su propia casa sin acudir al colegio. El tiempo pondrá de manifiesto su bajo nivel cultural, pero ambas son inteligentes y despiertas y destacan en los estudios de piano. Isabel gana varios premios en el conservatorio a los trece años recién cumplidos. Desde niña mostró una gran sensibilidad ante la belleza de la naturaleza y la música.

Con diez años de edad hizo su primera comunión. Esta fecha es crucial en su vida. La recuerda así siete años después día bendito, el más hermoso de mi vida. Ese día, tras la primera comunión, visitaron en el locutorio a las monjas carmelitas que tenían de vecinas. Allí, una de las monjas, le explicó a Isabel que su nombre: “Elisabeth” significa: “casa de Dios”, y que eso estaba llamada a ser: un lugar donde Dios habitase. Esto impactó profundamente a la niña y no lo olvidó jamás. Desde entonces se centró en trabajar su carácter irascible hasta dulcificarlo totalmente.

Fruto de este profundo trabajo personal florece la joven Isabel como prototipo de las jóvenes de su época y clase social: muy agradable, piadosa, alegre, sociable y muy sensible. Los testimonios son unánimes: era de una madurez y profundidad fuera de lo común.

Entre sus obras conservamos sus diarios. En ellos encontramos principalmente anotaciones de las “misiones” o conferencias a las que asistía. Reconocemos al leerlas la influencia de la espiritualidad de la Francia de finales del XIX., marcada fuertemente por el temor a un Dios castigador y mucho moralismo. Pero observamos también cómo en muy pocos años ella se alejó completamente de este modo de entender a Dios para acercarse al Dios Bíblico y Teresiano, amoroso y comprensivo. Y esta es la prueba de que Isabel se encontró de verdad con Dios.

Lee a Teresa de Jesús y se siente identificada con ella. La santa española le confirma e ilumina la verdad de que Dios nos habita y nos ama. Por este tiempo crece en su corazón el anhelo de entrar carmelita. Cae en sus manos la “historia de un alma” de la que hoy conocemos como Santa Teresa del Niño Jesús, doctora de la Iglesia universal al igual que santa Teresa, pero que entonces sólo era una carmelita del Carmelo de Lisieux que había fallecido con apenas veinticuatro años de edad y fama de santidad. La lectura de esta joven contemporánea le ayuda a adentrarse en el camino de la confianza ilimitada en un Dios amoroso. También profundiza en la Sagrada Escritura, fundamentalmente de las cartas de San Pablo. La frase ¿O no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo? (1Cor, 6,19) le llega al corazón. 

La Isabel tiene prisa por entrar carmelita. Pero su madre se opone enérgicamente. Su hermana le apoya, aunque le cuesta la idea de que su “Sabeth” se haga monja. Finalmente logra el permiso de su madre para entrar en el Carmelo cuando cumpla los veintiún años. 

El 2 de agosto de 1901 entra en el Carmelo de Dijon y toma el nombre de Isabel de la Trinidad. Quiere ser “casa” en la que habiten Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Una espiritualidad trinitaria muy en consonancia de nuevo con Santa Teresa, pero poco corriente en su época. En el Carmelo descubrirá a San Juan de la Cruz, que será una ayuda inestimable en la profundización de su vida de fe y de oración. 

Isabel, feliz en su convento y conocedora de la profunda espiritualidad de su hermana, sueña con que ésta sea carmelita. Pero “Guita” se casa al año siguiente. Y es aquí cuando Isabel nos sorprende con una madurez fuera de lo común y una hondura cristiana ajena a su tiempo: lejos de abandonar el sueño de que Guita, una mujer casada y pronto con hijos, pueda ser una contemplativa, no ve obstáculo alguno para ello. Ella también había vivido su vida contemplativa antes de entrar monja. Quiere ahora ayudar a su hermana a vivir en medio de sus quehaceres una profunda vida interior. Y por eso, no sólo le dedicará un escrito llamado El cielo en la fe, su gran tesoro en el que explica una vida de fe y contemplación, sino que en sus cartas y conversaciones le anima a vivir lo mismo que ella está viviendo, como vocación cristiana Me da devoción mientras recito el Oficio divino y pienso que estamos las dos junto a Él. Cuando se ama, las cosas exteriores no pueden distraer del Maestro, y mi Guita es juntamente Marta y María. 

En 1903 Isabel de la Trinidad hace su profesión solemne. Desde el Carmelo no deja de escribir a sus familiares y amigos. Se convierte de éste modo sin pretenderlo en “apóstol” de todos ellos. En sus cartas se acerca cariñosamente a las necesidades de los demás al tiempo que trata de transmitir su vivencia y gran descubrimiento, la llamada de todo ser humano a vivir en intimidad con Dios. 

A finales de 1904 escribe su famosa oración Elevación a la Santísima Trinidad, como un canto de amor, alabanza y entrega a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Un año después y a menos de un año de su muerte, leyendo a San Pablo se identifica totalmente con el pasaje de la carta a los efesios que dice: Hemos sido predestinados, por decisión del que todo lo hace según su voluntad, a ser Alabanza de su Gloria (Ef. 1,12). Desde entonces para ella Laudem Gloriae es su nuevo nombre, incluso llega a firmar con él. 
Cuando Isabel tiene sólo veinticuatro años comienzan los primeros síntomas de su enfermedad. No hay seguridad de qué enfermedad fue, pero seguramente, a consecuencia de una tuberculosis, le atacó el mal de Addison, que minó su sistema digestivo. Un largo calvario de más de ocho meses sin poderse alimentar, débil hasta el extremo – ella dice débil hasta gritar – sin ninguna esperanza de curación. En medio de tantos sufrimientos esta joven se une más y más a Cristo y repite en más de una ocasión las palabras de San Pablo: completo en mi carne los dolores de Cristo (Col 1, 24). No deja de creer en Dios sumamente amoroso y misericordioso. 

Es en este periodo último de su enfermedad en el que surgen de su pluma los escritos que le han hecho pasar a la posteridad como apóstol de la contemplación y de Dios Trinidad. 

En 1906, año de su muerte, escribió El cielo en la fe, Últimos ejercicios, Déjate amar y Grandeza de nuestra vocación. Los dos últimos son pequeñas cartas-mensaje a dos personas muy queridas: una joven con mucho temperamento y su priora, a la que le unía un gran cariño. Son frutos de los últimos tres meses de su vida. Éstos escritos, algunas oraciones y poemas, sus cartas y apuntes de su diario de seglar, es todo lo que se conserva de su espiritualidad. 

Isabel murió el día 9 de noviembre de 1906 a los veintiséis años de edad, pero su memoria se celebra el 8 de noviembre. Sus últimas palabras fueron: Voy a la luz, al amor, a la vida... Poco después de su muerte, siguiendo una antigua costumbre, su priora redactó una circular para los Carmelos de Francia. Pronto le reclamaron una biografía más extensa. Y así salió a la luz Recuerdos a principios de octubre de 1909, tan sólo tres años después de su muerte. Rápidamente se multiplicaron las ediciones de este libro y su fama de santidad se extendió no sólo por Francia, sino por todo el mundo. 

Isabel de la Trinidad fue beatificada por Juan Pablo II el 25 de noviembre de 1984.


Sus escritos
Isabel Catez (Isabel de la Trinidad) nació el 18 de julio de 1880 en el campo militar de Avor, diócesis de Bourges (Francia). En 1901 ingresó en el Carmelo Descalzo de Dijon, donde profesó en 1903. Allí falleció el 9 de noviembre de 1906 para irse – como dijo ella – “a la luz, a la vida, al amor”. Adoradora auténtica en espíritu y verdad, llevó una vida humilde, acrisolada por intensos sufrimientos físicos y morales, en alabanza de gloria de la Trinidad, huésped del alma, hallando en este misterio el cielo en la tierra y teniendo clara conciencia de que constituía su carisma y misión en la Iglesia.


La joven Isabel murió con tan sólo 26 años de edad, los cinco últimos los vivió en el Carmelo. A pesar de ser una mujer muy inteligente desde su infancia y una promesa en el piano, sus conocimientos en cultura básica tenían grandes lagunas. Nunca escribió pensando en ser leída por más del pequeño círculo de familia y amistades. 

Lo primero y que más se extendió de Sor Isabel, fue la circular que según la costumbre de la época se escribía a los otros Carmelos para dar a conocer la vida de una carmelita fallecida. Fue una circular excepcionalmente extensa – 14 páginas – con párrafos de sus escritos personales y de algunas cartas y que fue insuficiente para la demanda creciente de los Carmelos, que querían conocer más y mejor a esa joven carmelita. Mientras tanto, la Priora buscaba más información en sucesivas entrevistas con la familia y con la recopilación de cartas para, con todo ello, escribir una reseña más extensa, losRecuerdos, que salieron a la luz apenas tres años después de la muerte de Isabel. Lo más conocido de Isabel fue esta sencilla biografía de su antigua madre priora y La Doctrine Spirituelle del P. Philipon. Ambas obras dieron a conocer internacionalmente a esta joven carmelita y su doctrina, aunque las dos tenían el mismo defecto: una Isabel demasiado espiritual y poco accesible.

Son pocos los escritos de Sor Isabel: su Diario, El cielo en la fe, La grandeza de nuestra vocación, Últimos ejercicios, Déjate amar, 17 Notas íntimas, 124 Poesías y 346 Cartas.También un pequeño grupo de deberes de redacción de la escuela.

Todas sus obras tuvieron serias dificultades a la hora de ser, por fin, publicadas. La pobreza del papel y de la tinta con la que escribía y su difícil grafía, fueron un reto. También tenía muchas faltas de ortografía y una puntuación muy defectuosa. Su costumbre de no poner fecha en muchos de sus escritos hizo que en muchas de sus cartas hubiese que deducir la fecha por medios como el color de la tinta. A pesar de su bajo nivel cultural, el influjo de lecturas como Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz, Santa Teresita (que entonces sólo era otra joven carmelita fallecida recientemente) y el apóstol San Pablo, limaron y profundizaron su estilo. 

Cartas: Es sorprendente el número de cartas que se conserva de Isabel. Ello se debe en gran parte a la importancia que se le daba en esa época a la correspondencia, a lo afectiva que se mostraba Isabel en sus cartas, a lo joven que murió y a lo pronto que fue considerada “una santita” por sus coetáneos. A pesar de ello se perdieron muchísimas, lo que es de lamentar, pues sus cartas nos muestran una Isabel humana, sencilla, sin dejar por eso de ser una mujer de una hondura y serenidad admirables. Las epístolas de Isabel ya en el Carmelo, se convirtieron en un verdadero apostolado entre las personas queridas. En ellas trataba de hacerse cercana a las necesidades y preocupaciones de los otros y de ayudarles a tomar en su vida una nueva perspectiva desde la fe. Sí, querida señora, creo que el secreto de la paz y de la felicidad está en olvidarse, en desocuparse de sí mismo. Esto no consiste en no sentir sus miserias físicas o morales; los santos mismos han pasado por esos estados tan dolorosos. Pero ellos no vivían allí... 

Diario: Sólo se conservan el tercer y quinto cuaderno. El primero y segundo, los destruyó la misma Isabel. Conservó los otros cuadernos porque contenían los apuntes de la gran misión de Dijon y sus notas de los Ejercicios de 1900. Probablemente eliminó lo que hacía referencia a las tensiones con su madre, que se oponía a su vocación. Así pues se conservan sus apuntes desde el 30 de enero de 1899 hasta el 27 de enero de 1900 Muchas páginas fueron arrancadas también por ella, antes de entrar al convento. La joven Isabel toma notas de los sermones de la época, haciendo comentarios sobre los mismos. Así escribe tras un terrible sermón sobre la muerte: El sermón terminó con un acto de contrición, muy hermoso y emocionante. Cosa curiosa. Con temer yo tanto el juicio de Dios, el sermón de esta tarde no me ha impresionado lo más mínimo. ¡Oh, Jesús! ¿Por qué me ha de aterrar el comparecer ante Ti? Comienza a despuntar su alejamiento del moralismo de su época que irá afianzándose al contacto con los santos del Carmelo y con la Biblia.

El cielo en la fe: A Isabel le quedaban tres meses de vida. Hacía poco su enfermedad le había llevado a una crisis de la que se creyó que no saldría con vida. Entonces escribió estos ejercicios espirituales de diez días para su hermana – Guita – que estaba casada y tenía ya dos niñas. Isabel – contrariamente al pensamiento de la época – no cree que la vida de casada de Guita la aleje de vivir la esencia de la vida cristiana: la unión íntima con Dios en fe, vivir el cielo en la tierra. La vocación cristiana es la misma para las dos:Sí, nosotras hemos llegado a ser suyas por el bautismo. Es esto lo que quiere decir San Pablo con las palabras: “los llamó”. Sí, llamadas a recibir el sello de la Santa Trinidad. 

Grandeza de nuestra vocación: Pequeño tratado espiritual, escrito a dos meses de su muerte, dirigido a una joven amiga de Dijon: Francisca Sourdon, con dificultades para dominar su carácter, pero con un gran corazón. Trata sobre la humildad y la magnanimidad en el seguimiento de Cristo, modelo de todo creyente. ¿Qué hacéis con estos lazos que os encadenan a vosotras mismas y a las cosas más pequeñas que vosotras?
Últimos ejercicios: El 14 de agosto de 1906 hace sus últimos ejercicios espirituales personales. Ella lo llama mi noviciado del cielo. En estos apuntes, va desgranando su pensamiento sobre la inhabitación de Dios, su deseo de vivir en Cristo como alabanza de Gloria a Dios. “¡Es necesario que me hospede en tu casa!” Es mi Maestro quien me manifiesta este deseo. Mi Maestro que quiere habitar en mí, con el Padre y el Espíritu de amor, para que, según la expresión del discípulo amado, yo tenga “comunión” (1 Jn 1,3) con Ellos… He aquí cómo entiendo yo ser “de la casa de Dios”: es viviendo en el seno de la tranquila Trinidad, en mi abismo interior, en esa fortaleza inexpugnable del santo recogimiento de que habla San Juan de la Cruz.

Déjate amar: Pequeña carta que deja como regalo a su priora, La Madre Germana, que le costaba el abandono confiado en Dios. Isabel llama a su priora mi sacerdote santo, en un lenguaje sacrificial y eucarístico en el que le invita a dejarse amar por Dios en toda circunstancia. No seréis superficial si estáis despierta en el amor. Pero en las horas que no sintáis más que el decaimiento, el cansancio, le agradaréis todavía, si sois fiel en creer que El obra aún, que os ama de todos modos y más aún: porque su amor es libre y es así como quiere engrandecerse en vos. Y vos os dejaréis amar, “más que éstos”… 

Poesías: De baja calidad, son desahogos de su corazón en su vida seglar y regalos para amenizar las fiestas ya dentro del convento. Su importancia no es tanto su valor como composición poética, sino el hecho de tener en ellas un segundo diario íntimo de Isabel donde expresa sus creencias y sentimientos más hondos.

Notas íntimas: Son la recopilación de 17 notas sueltas de reflexión y oración personal de Isabel. Entre ellas está su famosa “elevación a la Trinidad”, una profunda oración a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo que nos habitan en el fondo del alma. He aquí un breve fragmento: Oh Dios mío, Trinidad a quien adoro. Ayúdame a olvidarme enteramente para establecerme en ti, inmóvil y tranquila, como si mi alma estuviera ya en la eternidad… Pacifica mi alma, haz de ella tu cielo, tu morada de amor y el lugar de tu descanso. Que no te deje allí jamás solo, sino que esté allí toda entera, completamente despierta en mi fe, en adoración total, completamente entregada a tu acción creadora…

Su oración
Oh Dios, rico en misericordia, que descubriste a la Beata Isabel de la Trinidad el misterio de tu presencia secreta en el alma del justo e hiciste de ella una adoradora en espíritu y verdad, concédenos, por su intercesión, que también nosotros, permaneciendo en el amor de Cristo, merezcamos ser transformados en templos del Espíritu de Amor, para alabanza de tu gloria. Amén.

2 comentarios:


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  2. Buenas tardes. Tiene las obras completas de la santa en pdf para compartir?

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