Señor de los Milagros a ti venimos en procesión/ tus fieles devotos/ a implorar tu bendición... Cientos de miles de voces, todos los años en el mes de octubre, unen sus corazones para dirigirse al milagroso Cristo de Pachacamilla, el Señor de los Temblores, el Señor de los Milagros que desde hace más de trescientos años sale a recorrer las calles de Lima para derramar sus gracias y bendiciones al pueblo limeño. Hábitos morados en señal de penitencia y unión con el Cristo de la Cruz, gargantas llenas de fe, gargantas que piden milagros, corazones endurecidos que piden la reconciliación con el Padre, manos y voces unidas para alabar y bendecir al Hijo, a Cristo que, crucificado, renueva en los hombres el sentido del dolor y del sufrimiento.
Cuenta la historia que a mitad del siglo diecisiete un mulato cuyo nombre ha quedado oculto, pintó en un muro de adobe la imagen que ahora se guarda en el templo de las Nazarenas. El año 1670, al pasar junto a una acequia y basural, Antonio de León vio la pintura de Jesús crucificado sobre este muro, que era lo único que quedaba de una antigua defensa militar. En 1655 un terremoto asoló Lima, pero el muro quedó en pie y olvidado por todos. Quince años después, a pesar de lo húmedo y olvidado que estuvo el mural, seguía en pie con la pintura como si nada hubiese pasado. Sorprendido por este hecho, Antonio de León arregló el lugar, construyó un altar y tuvo que detener su obra por un extraño mal que lo aquejó. Curado milagrosamente del mismo, con mayor fervor fue donde la imagen milagrosa, para honrarla con arpa, cajón y músicos.
Faro que guía/ da a nuestras almas/ la fe, esperanza, la caridad/ tu amor divino nos ilumine/ nos haga dignos de tu bondad... Canta el pueblo peruano cuando sale el Señor el primer sábado de octubre, el 18 y el 28 del mismo mes, así como el 3 de noviembre, fecha en que se guarda hasta el siguiente año. El 28, día de la fiesta principal, casi un millón de personas acude ante la imagen que por un lado muestra al Señor en el Gólgota y por otro a la Virgen de la Nube. La hermandad consta de diversas cuadrillas, casi todas ellas encargadas de llevar sobre sus hombros la imagen santa, pero también hay algunas especiales, como la dedicada a los enfermos, a la seguridad, a preparar el anda para la procesión. La imagen que se guarda en el templo de las Nazarenas está custodiada por las religiosas que reciben el mismo nombre pues, en virtud de una concesión de la Santa Sede, son religiosas de clausura de espiritualidad carmelitana, pero visten el hábito morado y reciben el nombre del Señor a quien cuidan.
En 1671 más de un centenar de personas se reunían para alabar con sus cantos y fiestas al Señor. En vista del ruido que se armaba, las autoridades mandaron destruir el muro, pero con gran sopresa vieron que ocurrían diversos fenómenos que hacían imposible derribarlo. El día 14 de septiembre del mismo año, en que la Iglesia recuerda la exaltación de la Santa Cruz, se celebró por primera vez la Misa junto a la imagen. En estos años se añadieron las imágenes de la Virgen y San Juan, así como las del Padre Eterno y del Espíritu Santo.
Con paso firme, de buen cristiano/ hagamos grande nuestro Perú/ y unidos todos como una fuerza/ te suplicamos nos des tu luz. Grande es la fe del pueblo peruano, que une sus dolores y vida a la del Cristo sufriente, grande el entusiasmo por edificar un país más justo y reconciliado, como pidiera el Santo Padre en su visita al Perú, grande la confianza en que, unido a la abundancia de las gracias divinas, se vivirá la Civilización del Amor, en la perspectiva del Tercer Milenio.
El 20 de octubre de 1687 se hizo una reproducción de la imagen para poder ser sacada en procesión, ante los continuos temblores. En 1746 salió por segunda vez. Poco después un grupo de personas que había ido creciendo hasta convertirla en una de las manifestaciones de religiosidad popular más grandes de Latinoamérica, se ha ido sumando para pedir al Señor de Pachacamilla que la fe no sea vencida, que conserve íntegra la esperanza, que en nuestra Patria se viva el amor como lo vivió el mismo Señor en la Cruz.
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